
Lo que ese bendito
librero no me dijo, ni me avisó, fue que el libro que estaba comprando era
sumamente adictivo e hipnótico, hasta puntos quizá paranoicos y
esquizofrénicos. “Tenemos que hablar
de Kevin” es sin lugar a dudas el mejor libro que me he leído en lo que
va de año. Es también el libro que más me ha costado leer y al mismo tiempo el
que más quería seguir leyendo para saber todo lo que hay que saber de esta
historia. Lionel Shriver, la autora de la novela, creó en 2003 una de esas
obras que sin grandes pretensiones, sin ese orgullo de grandes autores y grandes
novelas que luego se desinflan como la rueda pinchada de una bicicleta, logra
lo que muchas no llegan ni tan siquiera a vislumbrar: mantener al lector
sumamente interesado en la trama de principio a final, y sobre todo llegarle a
lo más profundo.
No destripo la
novela a nadie si digo que “Tenemos
que hablar de Kevin” trata el tema (bastante tabú en una sociedad colmada
hasta la saciedad de tópicos típicos y normal que hay que seguir para ser “normal”)
de aquellas mujeres que se sienten infelices al ser madres. El propio título del
libro deja entrever de qué va también: hay una madre, Eva, que hace las veces
de narradora de la historia a través de una serie de cartas enviadas a su ex
marido, Franklin, en las que va desgranando como si fuera una granada sus vida
conyugal de pareja primero y familiar después con el nacimiento de Kevin.
Kevin... Ese protagonista total y absoluto de este libro. Ese niño llorón,
tristón, quieto, raro, extraño, que no quiere a su madre, indiferente a todo y
todos, sin sentimiento alguno, sin pensamientos y por así decir casi sin
voluntad. Ese bebé, primero, niño, después y por último adolescente que termina
sobrecogiendo al lector.
De “Tenemos que hablar de Kevin” se
puede contar el argumento de manera somera y cómo empieza la historia. No se
destripa nada si también se dice que con 16 años Kevin provoca una matanza en
su instituto llevándose la vida de varios de sus compañeros. Pero no se puede,
no puedo ni debo ni quiero, decir nada más. Bueno, puedo decir una única cosa
más: la historia que las poco más de seiscientas páginas de esta novela va
dejando a la luz en esas cartas escritas por Eva a su marido Franklin es
simplemente brutal. Brutal de manera literal pero también metafórica. No creo
que haya mejor adjetivo para describir este libro, esta historia, que va
subiendo en intensidad hasta explotar en una penúltima carta (que hacen las
veces de capítulos) que deja sin aliento al lector, además de arrancarle el
alma, arrojarla a los pies y pisotearla.
Al principio dije
que pocas novelas me han hecho sentir lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha conseguido. Añado aquí que
muy pocas han logrado hacerme experimentar tantos, tan variados y tan opuestos
sentimientos a medida que iba leyendo. Lionel Shriver de manera sutil pero
eficiente mete al lector prácticamente en situación en la trama de la novela y
le engancha con un estilo claro, conciso, sin ambages, sin florituras y sin
pretensión alguna: deja que la historia vaya fluyendo de manera natural
haciendo que sea el lector quien vaya sintiendo lo que considere por cada uno
de los personajes protagonistas de esta tremenda historia, que no es más que la
historia de una realidad macabra norteamericana: la de las matanzas escolares.
Y “Tenemos que hablar de Kevin” es
dura, muy dura, quizá más de la cuenta, pero es real, o al menos realista. Todos
nos hemos estremecido, bastante más a menudo de lo que sería normal, con las
noticias de masacres en escuelas e institutos americanos. Pero no es lo mismo
verlo durante diez minutos un día en un telediario, que leer sobre ello durante
varios días varias horas. Por eso esta novela es tan dura, y cruel, y cruda, y
salvajemente adictiva (siempre hay un punto morboso en leer sobre este tipo de
cosas). Por no decir que también es bastante explícita, sobre todo en el
penúltimo capítulo, que es sobrecogedor. Nada destaca por encima de nada en
este libro. Esta novela es todo un conjunto que brilla por su manera de narrar de
manera novelada una triste y dolorosa realidad.
Es difícil plasmar
en papel y en palabras los sentimientos que a los largo de estos días he
sentido al leer “Tenemos que hablar de
Kevin”. Cada personaje es un mundo: Eva, la madre infeliz por serlo que
se da de bruces con una realidad que había idealizado, la de la maternidad, es
una mujer atormentada que se culpa constantemente de la acción de su hijo y
busca respuestas donde quizá no las haya, sin darse cuenta de que el mal hay
ocasiones que viene de manera innata en un bebé; Franklin es ese padre
prototipo americano que una vez tiene un hijo, encima varón, se vuelca con él
de manera idólatra sin afearle nada, buscando justificaciones a acciones que no
las tienen y ante todo no viendo una realidad cegadora que por esa misma
característica queda oculta; luego está Celia, la hermana menor de Kevin, a la
que saca ocho años, una adorable niñita que ama a su hermano mayor como solo
las hermanas pequeñas pueden hacer son sus mayores, a la que se la coge cariño
casi sin querer; y por último está Kevin... No creo que pueda ser objetivo a la
hora de hablar del protagonista de esta novela, porque sentimientos de odio,
rechazo, asco, etc., nunca son buena señal aunque se hable de una ficción; sin
embargo en esta novela se sienten y además con mucha intensidad.
Tengo la impresión
que por mucho que intentara plasmar en esta crítica lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha supuesto
para mí como lector, no lograría realmente transmitir todo lo que esta novela
me ha hecho sentir y experimentar: pena, odio, condescendencia, impotencia,
asco, ternura, tristeza... Hay novelas que te marcan durante un tiempo, el
justo que hay entre un libro y otro, hay otras que por las que se pasa sin pena
ni gloria, y luego están novelas como esta, que tengo la sensación que voy a
recordar durante mucho tiempo. El único problema o pega que le pongo a este
libro es que ahora no sé cual leer sin que me decepcione y por tanto lo
desvirtúe. Quien quiera aceptar mi consejo y recomendación de leer sin falta
esta novela encontrará un libro duro, muy duro, brutalmente duro quizá, pero
que se lee bien y fácilmente, y que engancha hipnóticamente de principio a
fin...por desgracia.
Caronte.
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