martes, 9 de mayo de 2017

Lectura crítica: “Tenemos que hablar de Kevin”

Cuando hace apenas una semana me acerqué hasta mi librería de segunda mano de cabecera tenía la intención y el propósito de empezar a leer algo de Javier Cercas. De hecho llegué a tener en mis manos el libro que quería comprarme de este autor español, y que ya había localizado en una visita anterior a dicha librería. Sin embargo, así como muchas veces el amor surge de un encontronazo al abrir la puerta del portal de tu casa con esa vecina por la que siempre has sentido esas estúpidas mariposas en el estómago, la atracción por un libro puede surgir de la nada, simplemente con un chispazo. Esto fue lo que pasó. Me vi en la librería de siempre, imbuido en ese aroma tan especial que desprende un libro usado, con dos libros, uno en cada mano, sin saber por cuál decidirme. En estos casos lo mejor es que decida el más parcial de los árbitros posibles en una librería: el propio librero. Sin dudarlo me recomendó el que acabo de terminar de leer, haciendo que postergara el descubrimiento de Cercas para otra ocasión. ¡Bendito librero!

Lo que ese bendito librero no me dijo, ni me avisó, fue que el libro que estaba comprando era sumamente adictivo e hipnótico, hasta puntos quizá paranoicos y esquizofrénicos. “Tenemos que hablar de Kevin” es sin lugar a dudas el mejor libro que me he leído en lo que va de año. Es también el libro que más me ha costado leer y al mismo tiempo el que más quería seguir leyendo para saber todo lo que hay que saber de esta historia. Lionel Shriver, la autora de la novela, creó en 2003 una de esas obras que sin grandes pretensiones, sin ese orgullo de grandes autores y grandes novelas que luego se desinflan como la rueda pinchada de una bicicleta, logra lo que muchas no llegan ni tan siquiera a vislumbrar: mantener al lector sumamente interesado en la trama de principio a final, y sobre todo llegarle a lo más profundo.

No destripo la novela a nadie si digo que “Tenemos que hablar de Kevin” trata el tema (bastante tabú en una sociedad colmada hasta la saciedad de tópicos típicos y normal que hay que seguir para ser “normal”) de aquellas mujeres que se sienten infelices al ser madres. El propio título del libro deja entrever de qué va también: hay una madre, Eva, que hace las veces de narradora de la historia a través de una serie de cartas enviadas a su ex marido, Franklin, en las que va desgranando como si fuera una granada sus vida conyugal de pareja primero y familiar después con el nacimiento de Kevin. Kevin... Ese protagonista total y absoluto de este libro. Ese niño llorón, tristón, quieto, raro, extraño, que no quiere a su madre, indiferente a todo y todos, sin sentimiento alguno, sin pensamientos y por así decir casi sin voluntad. Ese bebé, primero, niño, después y por último adolescente que termina sobrecogiendo al lector.

De “Tenemos que hablar de Kevin” se puede contar el argumento de manera somera y cómo empieza la historia. No se destripa nada si también se dice que con 16 años Kevin provoca una matanza en su instituto llevándose la vida de varios de sus compañeros. Pero no se puede, no puedo ni debo ni quiero, decir nada más. Bueno, puedo decir una única cosa más: la historia que las poco más de seiscientas páginas de esta novela va dejando a la luz en esas cartas escritas por Eva a su marido Franklin es simplemente brutal. Brutal de manera literal pero también metafórica. No creo que haya mejor adjetivo para describir este libro, esta historia, que va subiendo en intensidad hasta explotar en una penúltima carta (que hacen las veces de capítulos) que deja sin aliento al lector, además de arrancarle el alma, arrojarla a los pies y pisotearla.

Al principio dije que pocas novelas me han hecho sentir lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha conseguido. Añado aquí que muy pocas han logrado hacerme experimentar tantos, tan variados y tan opuestos sentimientos a medida que iba leyendo. Lionel Shriver de manera sutil pero eficiente mete al lector prácticamente en situación en la trama de la novela y le engancha con un estilo claro, conciso, sin ambages, sin florituras y sin pretensión alguna: deja que la historia vaya fluyendo de manera natural haciendo que sea el lector quien vaya sintiendo lo que considere por cada uno de los personajes protagonistas de esta tremenda historia, que no es más que la historia de una realidad macabra norteamericana: la de las matanzas escolares.

Y “Tenemos que hablar de Kevin” es dura, muy dura, quizá más de la cuenta, pero es real, o al menos realista. Todos nos hemos estremecido, bastante más a menudo de lo que sería normal, con las noticias de masacres en escuelas e institutos americanos. Pero no es lo mismo verlo durante diez minutos un día en un telediario, que leer sobre ello durante varios días varias horas. Por eso esta novela es tan dura, y cruel, y cruda, y salvajemente adictiva (siempre hay un punto morboso en leer sobre este tipo de cosas). Por no decir que también es bastante explícita, sobre todo en el penúltimo capítulo, que es sobrecogedor. Nada destaca por encima de nada en este libro. Esta novela es todo un conjunto que brilla por su manera de narrar de manera novelada una triste y dolorosa realidad.

Es difícil plasmar en papel y en palabras los sentimientos que a los largo de estos días he sentido al leer “Tenemos que hablar de Kevin”. Cada personaje es un mundo: Eva, la madre infeliz por serlo que se da de bruces con una realidad que había idealizado, la de la maternidad, es una mujer atormentada que se culpa constantemente de la acción de su hijo y busca respuestas donde quizá no las haya, sin darse cuenta de que el mal hay ocasiones que viene de manera innata en un bebé; Franklin es ese padre prototipo americano que una vez tiene un hijo, encima varón, se vuelca con él de manera idólatra sin afearle nada, buscando justificaciones a acciones que no las tienen y ante todo no viendo una realidad cegadora que por esa misma característica queda oculta; luego está Celia, la hermana menor de Kevin, a la que saca ocho años, una adorable niñita que ama a su hermano mayor como solo las hermanas pequeñas pueden hacer son sus mayores, a la que se la coge cariño casi sin querer; y por último está Kevin... No creo que pueda ser objetivo a la hora de hablar del protagonista de esta novela, porque sentimientos de odio, rechazo, asco, etc., nunca son buena señal aunque se hable de una ficción; sin embargo en esta novela se sienten y además con mucha intensidad.

Tengo la impresión que por mucho que intentara plasmar en esta crítica lo que “Tenemos que hablar de Kevin” ha supuesto para mí como lector, no lograría realmente transmitir todo lo que esta novela me ha hecho sentir y experimentar: pena, odio, condescendencia, impotencia, asco, ternura, tristeza... Hay novelas que te marcan durante un tiempo, el justo que hay entre un libro y otro, hay otras que por las que se pasa sin pena ni gloria, y luego están novelas como esta, que tengo la sensación que voy a recordar durante mucho tiempo. El único problema o pega que le pongo a este libro es que ahora no sé cual leer sin que me decepcione y por tanto lo desvirtúe. Quien quiera aceptar mi consejo y recomendación de leer sin falta esta novela encontrará un libro duro, muy duro, brutalmente duro quizá, pero que se lee bien y fácilmente, y que engancha hipnóticamente de principio a fin...por desgracia.

Caronte.

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