lunes, 18 de abril de 2022

La Marcha Radetzky

¿Qué es un clásico? Para mí, nada más que una etiqueta que se le encasqueta a un libro y que determina su concepción por los lectores tanto para bien como para mal. El quién determina qué es un clásico y qué no ya es bastante más dudoso. Hay obras universales de la literatura que adquieren su carácter por tradición, por representar el culmen de una época o por implicar un cambio de paradigma literario. Otras obras, por el contrario, se convierten en clásicos porque una serie de críticos literarios y expertos estudiosos lo dicen pasando a ser así consideradas por lectores que no han pasado más que una decena de sus páginas para leerlas. La única conclusión aceptable entonces de lo que es un clásico es la de un libro que está siempre en la conciencia colectiva y que por tanto “hay que” leer, amándolo, odiándolo o siendo absoluta y totalmente indiferente al mismo. Pues esto último me ha pasado con este supuesto clásico de la literatura europea y austríaca.

La Marcha Radetzky es una de esas novelas que llevan el apelativo de clásico de la literatura supongo que derivado de otra época en la que sí que le vendría al pelo y podría ser considerado como tal. Que hoy siga siendo considerado como un clásico cuando lo que cuenta, a fin de cuentas – la decadencia de una familia que no sabe adaptarse a un presente cambiante – es un tema tan manido en la literatura como el del amor prohibido es básicamente porque cuando a un libro le cae la etiqueta de clásico es casi imposible quitársela.

No puedo negar el valor histórico que pudo suponer el año de su publicación La Marcha Radetzky. En 1932 ver plasmada en papel la decadencia social de todo un imperio como el Austrohúngaro que arrasó con toda una concepción de la vida que hasta el momento se consideraba prácticamente eterna e inmutable por los siglos de los siglos tuvo que se un rotundo éxito lleno de nostalgia y melancolía. Pero a día de hoy, con todos aquellos eventos en el pozo oscuro y profundo del olvido, poco puede aportar una novela que, para mí, queda desfasada en un tiempo pretérito que poca conexión con la realidad tiene y cuyos posibles paralelismos con una época de decadencia actual no logro vislumbrar.

La historia de la familia Trotta, desde el abuelo convertido en héroe de la Batalla de Solferino tras salvar al Emperador hasta el nieto que vive en sus propias carnes el cambio de paradigma social de una época de ocaso pasando por el padre alto funcionario de un Imperio descomunal en proceso interno de desintegración, me causa pesadez en la lectura. Apenas he sido capaz de mantener una atención digna en la narración de La Marcha Radetzky; de hecho, lo que más deseaba era acabar la novela para poder pasar a otra lectura quizá más edificante. Y decir esto de cualquier libro es casi peor que decir que lo has abandonado por imposible.

No he conectado ni con la trama de La Marcha Radetzky ni con el estilo de Joseph Roth. Y es que esa es otra. A menudo he leído comparaciones, para bien, entre Roth y Stefan Zweig, tanto por estilo de escritura como por mundo literario donde ambos profundizan en las más íntimas pasiones del ser humano y engloban todo en una época de cambios sociales profundos en el seno de la vieja Europa, la Europa de las grandes naciones y los vastos imperios. Pero, así como la etiqueta de clásico para esta novela, la comparación entre Roth y Zweig es, para mí, una sobre ventilación absurda. Hay rasgos comunes en ambos escritores, sí, pero de ahí a casi equipararlos, pues lo siento, pero no. Creo que Zweig está varios escalones por encima de Roth en cuanto a nivel de escritura y en cuanto a enfoque de tramas y análisis de la propia existencia humana en relación a su contexto histórico.

Pasa con los libros lo que con muchas otras cosas en la vida: no puedes decir si te gusta o disgusta si no lo lees o lo intentas al menos. La Marcha Radetzky es un libro que quería leer por muchas razones, todas buenas, válidas y loables, pero que tras su lectura me ha dejado decepcionado y totalmente indiferente a lo narrado en sus páginas. Por esto hay que leer siempre, leer y leer y leer. Leer tanto lo que uno sabe que le va a gustar, como aquello que, arriesgando un poco más, puede que no entendamos del todo, o incluso aquello que lo más probable es que no nos guste. No se puede hablar de libros y de literatura si solo leemos aquello en lo que nos sentimos cómodos. Joseph Roth, como Stefan Zweig o Sandor Marai son de esos escritores clásicos europeos que están casi en el olvido y por ello, puedan gustar o no, hay que leerlos siempre.

Caronte.

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