viernes, 15 de agosto de 2014

Lectura crítica: "El río de la luz"

El libro del que voy a hablar en esta ocasión me lo empecé a leer hace ya un mes, justo antes de empezar mis vacaciones recorriendo Europa con mis amigos en coche. Lo empecé con la intención de que me diera ánimos para vivir grandes aventuras a lo largo y ancho del continente que me disponía a recorrer en coche y con la intención también de poder coger ideas para así yo poder escribir algún día lo que iba a vivir en ese viaje. Y la verdad es que ganas e ilusión sí que me dio el libro. Siempre que voy a empezar un viaje fuera de España, por mucha ilusión que le ponga durante los meses de preparativos del mismo, justo cuando llega la semana de antes de partir me entran dudas y miedos, y me invade una sensación extraña que me hace plantearme no iniciar el viaje. Esto me ha pasado siempre desde que empecé a viajar por Europa en 2006, y supongo que es una sensación que le pasa a más gente y que en el fondo lo único que quiere decir es que nuestro yo interior nos dice que queremos volver a nuestra casa pase lo que pase.

El río de la luz” es una novela de viajes de Javier Reverte en la que el autor narra su viaje por el lejano y frío norte del continente americano, por las inhóspitas y casi abandonadas tierras de Canadá y Alaska, en el extremo noroeste de Norteamérica. Más concretamente Javier Reverte ha querido plasmar en este libro un sueño de su infancia: seguir los pasos de uno de sus héroes literario, Jack London por el río Yukon durante la época de la fiebre del oro de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Para esta misión, el autor se embarca en un aventura cuyo punto álgido, y parte más interesante del libro, es su descenso en canoa por el río Yukon, junto a otros cinco compañeros de expedición. A parte de este descenso en canoa, el libro también nos transporta a una zona del mundo considerado civilizado deshabitada en su mayor parte, donde la naturaleza es la protagonista; una naturaleza salvaje, potente y que rige todos los destinos de las personas que habitan aquellos parajes. Bosques interminables, lagos de aguas heladas, montañas de alturas inimaginables que nacen prácticamente a nivel del mar, ríos de plata llenos de oro. Todo esto es lo que el lector que se atreva a empezar “El río de la luz” se encontrará en sus páginas.

Este es el segundo libro que me leo de Javier Reverte; libro diametralmente opuesto al primero que me leí suyo, “El sueño de África”. En aquella primera novela suya que me leí, Reverte narra su viaje al corazón del continente africano, cumpliendo un sueño más que anhelado por él, donde se encuentra con esos paisajes tantas veces mistificados por los europeos por ser tan exóticos y diferentes a lo que tenemos por estas tierras, y que tanto han llamado siempre la atención de las almas aventureras con un punto de aire salvaje y primitivo. Por el contrario, en esta segunda novela suya que cae en mis manos, Reverte me ha transportado gracias a su maestría a la hora de narrar viajes a una zona completamente diferente a África, aunque tenga sus parecidos con aquella tierra calurosa y también salvaje.

El viaje que nos presenta Javier Reverte en “El río de la luz” nos trasladará irremediablemente muy lejos del lugar donde estemos leyendo, ya sea nuestra habitación, tumbados en la cama, el sofá del salón de nuestra casa, o un banco en el Parque del Retiro. A aquellos que nos gusta viajar y que consideramos que es uno de los mayores placeres de la vida y una de las experiencias más enriquecedoras que cualquier persona puede tener, este libro nos trasladará a las frías tierras de Alaska y Canadá, y nos traerá el frío viento y las gélidas aguas hasta casi poder sentirlo como si estuviésemos allí junto con el autor. La manera tan directa y sencilla que Javier Reverte usa en sus novelas siempre facilita ese viaje sensorial, ya sea a África o como en este caso al extremo norte del continente americano. A lo largo de las páginas de este libro el lector, convertido en viajero y aventurero a partes iguales, visitará los bosques tupidos de pinos que apenas dejan pasar la luz del sol, navegará por las aguas gélidas del Yukon en canoa, y por las del Pacífico Norte en diferentes barcos, se cruzará con osos negros y pardos, comerá salmón y carnes a la brasa, y descubrirá una tierra que aunque parezca dura e inhóspita alberga a unas gentes amables y que siempre están dispuestas a ayudarse las unas a las otras.

Además de la propia narración del viaje que hizo por estos territorios de noroeste americano siguiendo los pasos de miles de buscadores de oro que afectados de la fiebre del oro dejaron atrás todo lo que tenían, que a veces era muy poco, y se lanzaron a la aventura en busca de riquezas inconmensurables, se mezcla también la historia de esta tierra tan noble, dura y recia. Poco a poco Javier Reverte va desgranando cómo surgieron y se desarrollaron las pequeñas ciudades que salpican la majestuosa naturaleza al calor de la fiebre del oro a finales del siglo XIX. Junto con las descripciones de los lagos, bosques y ciudades por las que va pasando, Javier Reverte nos va presentando a numerosos personajes históricos sin los cuales aquella tierra no sería lo que hoy en día es. Desde Jack London que la inmortalizó en numerosos cuentos y libros sobre aquella tierra, hasta Wyatt Earp, el más que célebre bandido/héroe tantas veces llevado al cine por Holywood; además de otros muchos personajes menos famosos que los dos que he citado pero que también fueron historia por aquellas latitudes en una época en la que la épica y la aventura llenaban los corazones salvajes de aquello pioneros que se atrevieron a habitar esas tierras tan desfavorables al hombre. A parte de todos estos personajes del pasado, durante las páginas de “El río de la luz” también aparecen otros muchos personajes que no son famosos y cuyos nombres nunca serán recordados jamás por nadie, gente normal y corriente con la que el autor se va cruzando durante su aventura alasko-canadiense, muchos de los cuales terminan por calar en el lector y los acaba echando de menos.

Si he de resaltar alguna parte del libro, creo que lo mejor aparece a partir de la mitad más o menos, a partir de la narración que hace Javier Reverte del descenso en canoa del Yukon. Quizá sea el capítulo en el que narra dicha aventura, el zénit de su viaje, la parte más intensa de leer y la que más hace viajar al lector. Leyendo yo esta parte, me entraron unas ganas locas de liarme la manta a la cabeza y decirle a un amigo mío también mucho más aventurero que yo que nos marcháramos al Yukon a descenderlo en canoa. Pero esto no son más que sueños. A partir de la aventura del Yukon, el libro se hace más libro de viajes en el que el autor nos descubre lugares y parajes impresionantes siempre llenos de una luz eterna que por aquellas latitudes tan septentrionales y en verano (que es cuando se desarrolla la aventura, ya que en invierno sería más que imposible realizarla) acapara casi todas las horas que tiene el día. Es esta luz la que siempre está presente durante todo el libro. Una luz blanca de vida y calor, sin la cual todo se vuelve gris apático, que envuelve todo, bosques, montañas, ríos, lagos, ciudades y el mar.

Cuando he terminado el libro, apenas hace unos días, me he quedado con una sensación extraña. Parte de mi corazón sentía melancolía por despedirme, aunque sea de manera literaria, de aquella tierra tan majestuosa y fría a la que quizá nunca iré personalmente, pero a la vez sentía alegría por haber podido compartir gracias a Javier Reverte la aventura que ha supuesto “El río de la luz”. Todo aquel que sienta que en su interior, aunque sea muy en el fondo, hay un aventurero escondido o un viajero empedernido debería leer en algún momento alguno de los libros de Javier Reverte, ya que haciéndolo conseguirá que ese aventurero o viajero oculto cada vez que termine uno de sus libros salga más a la luz, más a la superficie y se despierte ese ánimo y ese gusto por viajar que tan bien hace a las personas. Viajar es un privilegio que en el siglo XXI tenemos más a mano que nunca y que a pesar de las masificaciones que se producen en ciertos lugares siempre quedan zonas a las que sólo los verdaderos viajeros aventureros pueden llegar y poder henchir su corazón con verdaderas hazañas que sólo el destino guarda a aquello que se atreven con ellas y sin miedo parten a la aventura iniciando un viaje que puede deparar gratas sorpresas y experiencias impagables. Recomiendo vivamente este libro, y en general a este autor.


Caronte.

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