No voy a negar que
John Le Carré es mi escritor favorito en lengua inglesa hasta le fecha, a falta
de leer y conocer a otros muchos escritores. Desde que empecé a leerle estando
en el instituto por recomendación de mi profesora de historia de segundo de
bachillerato, no ha habido año que no me haya leído un par de novelas suyas, y
desde entonces libro que ha publicado libro que me he comprado sin falta. Dicho
esto, también he de apuntar que no siempre sus libros me han gustado, en su
gran mayoría sí, pero hay alguno, sobre todo de los últimos publicados, que no
están a la altura de sus grandes novelas. La novela de la que hoy me toca
hablar, y que he devorado con verdadera ansia ha sido “La canción de los misioneros”, una fabulosa historia sobre
la corrupción moral a la que está sometida la sociedad en sus más altas
esferas.
Esta novela de Le
Carré vuelve a ahondar como ya lo ha hecho en alguna que otra vez anterior en
la miseria que occidente ha hecho y está haciendo de África y su gente. En “La canción de los misioneros” se
ve la corrupción moral y la falta de ética de los seres humanos frente a las
desgracias de los países africanos, en este caso El Congo. La miseria humana
sale a relucir espoleada por el enriquecimiento a toda costa, caiga quien caiga
y haciendo las guerras que hay que hacer. Le Carré deja a un lado sus novelas e
historias sobre el espionaje entre de la guerra fría y sus corruptelas morales
y dobles juegos, para centrarse en denunciar mediante una historia conmovedora
la falta de consideración que se tiene y se ha tenido siempre con los países
más desfavorecidos, por parte de las élites políticas y económicas de las
países occidentales que siempre han puesto por delante los intereses económicos
de unos pocos, en detrimento del avance y desarrollo de África y sus diferentes
pueblos.
La historia que
cuenta “La canción de los misioneros”
la protagoniza un traductor e intérprete de lenguas africanas casi desconocidas
que ha sido reclutado por los servicios de inteligencia británicos para hacer
algún que otro trabajo de traducción. Uno de estos trabajos le lleva a una conferencia
secreta en una isla del norte de las Islas Británicas donde dos grupos de
personas se van a reunir para determinar cómo salvar a El Congo y a su gente de
la tiranía de la guerra y del desangramiento continuo al que se ve avocado
desde hace décadas. En principio Bruno, nuestro intérprete mestizo, mitad
inglés mitad congoleño, y por tanto de piel color café con leche, un tanto
ingenuo y amante de África a más no poder, ve encantado como puede haber una solución
para su tierra amada africana. Sin embargo toda la conferencia y todo lo que se
dice allí no es más que un simple doble juego en el que como ha pasado siempre
los vencedores siempre serán los blancos occidentales y algunos señores de las
guerra congoleños, y los perdedores también serán los de siempre, los
ciudadanos africanos que ya de por sí mueren diariamente de enfermedades que no
interesa curar y del hambre que no interesa paliar.
Esta también es
una historia de amor y desamor, nuestro protagonista está casado pero su mujer
le queda grande casi fue un matrimonio de despecho y para reafirmarse ella ante
su familia, pero él quiere otra cosa, cosa que acaba encontrando en una
enfermera congoleña, Hannah, de la que se enamora perdidamente y que resulta también
ser una ferviente defensora de los cambios en El Congo para dar todas las
riquezas de ese inmenso país a sus ciudadanos para que puedan al fin vivir en
paz. A lo largo de “La canción de los
misioneros” esta historia de amor va pasando del amor a primera vista a
la pasión desenfrenada, al amor y a reencontrarse con sus orígenes ambos, Bruno
y Hannah. Al final del libro es cuando esta relación de amor se hace más
intensa y crucial, y termina siendo fundamental para el desarrollo final de la
novela, con giros inesperados, de esos que de manera tan inesperada nos regala
Le Carré a sus fieles lectores y con los que quedamos más asombrados y en
muchos casos desconcertados. Amor y espionaje, traiciones y eliminación de
vendas en los ojos, todo tiene cabida en esta novela de Le Carré.
Una vez Bruno se
da cuenta de para qué le han contratado realmente, poco a poco se quita la
venda de los ojos y ve en qué mundo tan maloliente se ha metido y del que
saldrá muy escaldado. Todo pasa entonces a ser un juego de equilibrios, de intereses
y de sombras. Nadie termina siendo como parece ser al principio, todos los
personajes que Bruno al principio piensa pueden ser un paradigma de moralidad y
buen actuar, ingleses de pura cepa, Philip, Maxi, el señor Anderson y Lord
Brinkley. Todos parecen ser unos y terminan siendo otros. Todos al fin y al
cabo llevados por la falta de escrúpulos y ética, movidos única y
exclusivamente por su afán de enriquecimiento personal y de sus socios. Ningún
interés han tenido nunca en salvar El Congo por mucho que alguno de los
miembros de las dos delegaciones de la reunión secreta puedan pretender. Todo
termina siendo corrupción y miseria moral. Cuando Bruno ve la verdad de la
reunión, pensando que solo Philip y Maxi están detrás del complot que pretende
llevar a El Congo a un golpe de estado que propicie la llegada al poder del
Mwaganza, líder negro que pretende sanear el marchito Congo, empieza a hacer
aquello que no tenía por qué hacer. Y empieza el juego de equilibrios.
Su amor a Hannah,
a su tierra natal y a su padre adoptivo, un misionero inglés, lleva a Bruno a
hacer copias de las grabaciones de las escuchas secretas que nunca debió
escuchar para intentar seguir a su conciencia y hacer algo de valor alguna vez
en su vida. Pero nadie se puede enfrentar con el poder si el poder no muestra
nunca su verdadera cara. Cuando pretende actuar para evitar otra guerra que
desangre El Congo, Bruno acudirá a todos aquellos que él consideraba puros de
corazón y verdaderos samaritanos interesados de verdad en la causa para salvar
a El Congo. Nadie es como él pensaba, todos y cada uno a los que acude sólo
están movidos por su conciencia de enriquecimiento personal, sin moral o ética
alguna. Es aquí donde Le Carré muestra sus más duros golpes a la sociedad y a
las altas esferas, su denuncia más personal, el doble juego y las máscaras que
los más altos personajes del mundo político y económico tienen. Una doble moral
que mueve el mundo, la que se puede mostrar públicamente y que hace que nos
hagamos una imagen de alguien, y la verdadera, la que muestra cuando sus
intereses son los que deben prevalecer frente a los miserables negro de África.
Esta es por desgracia la visión general sobre ese desdichado continente,
siempre tratado como una zona sin posibilidad alguna de mejora, habitado por
seres inferiores que ni siquiera deberían tener la consideración de seres
humanos.
Una vez más John
Le Carré muestra su habilidad narrativa en “La
canción de los misioneros”, para crear una historia que siempre va de
menos a más. He de reconocer que el principio del libro es algo flojo, pero
pasado el primer tercio de la narración todo se empieza a acelerar y a cobrar
sentido, el juego de máscaras y moralidades empieza a enganchar al lector, que
al igual que Bruno termina siendo engañado por todos los personajes que parecen
moralmente aceptables. Todos caen al final en el cesto de la indecencia ética,
y de la miseria personal. La historia termina convergiendo en unos capítulos
finales maestralmente llevados y acabados, con un frenesí narrativo que muy
pocos escritores pueden imprimir a sus historias. A diferencia de otras novelas
suyas, y para beneficio de sus lectores y sobre todo de quienes quieran empezar
a descubrir a este magnífico escritor, esta novela no da salto extraños en su narración,
es prácticamente lineal, con alguna que otra referencia a la infancia del
protagonista (digo esto porque Le Carré no es un escritor fácil de leer, lo que
es de agradecer en estos tiempo en los que cualquiera aunque no lo haya hecho
nunca escribe una novela y se la publican; Le Carré por norma general no es
fácil de leer pero esta novela es una excepción, todavía recuerdo bien la
primera novela suya que me leí, “Nuestro
juego”, ambientada en los Balcanes, que me dejó completamente
desconcertado por los cambios constantes en la línea temporal de la narración).
Amor, espionaje y
thriller en su mejor versión eso es lo que ofrece a los lectores “La canción de los misioneros”,
todo sazonado con una prosa increíblemente clara y directa sin rodeos o digresión
innecesarios. Siempre es un placer leer a Jonh Le Carré, y libros como este
siguen confirmándole como mi escritor preferido. Animo a los que quieran
arriesgarse a descubrir algo nuevo y diferente a lo que se hace hoy en día a
que lean esta novela.
Caronte.
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