Juan Marsé es uno
de esos grandes escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX de los
que apenas había leído nada y no tenía noticias, a pesar de haber sido premiado
con los más prestigiosos galardones literarios de este país (sólo le falta el
Princesa de Asturias creo). Algo lamentable sin contemplaciones. Por esta
razón, y para paliar en cierto modo esta carencia literaria, cuando vi en la
librería de segunda mano El Rincón de Lectura de la Plaza del Dos de Mayo este
ejemplar de una de sus novelas más aclamadas y premiadas no lo dudé dos veces y
lo cogí (además de que estaba en muy buen estado, casi nuevo, y me costó sólo
un cuarto de su precio original). Sin embargo a pesar de que lo compré con
mucha ilusión he ido retardando su lectura porque no me terminaba de ponerme
con él pensando que no me acabaría de convencer y con la sensación de no querer
perder el tiempo habiendo tantos otros libros que me llamaban más la atención y
que me apetecía más leer. Al final el haber retardado la lectura de este libro no
ha hecho más que retrasar el disfrute de esta historia conmovedora y totalmente
rompedora con lo que estoy acostumbrado a leer.
“Rabos de lagartija” es una novela
ambientada en la Barcelona de los años de posguerra, no ya solo de la Guerra
Civil Española sino también de la IIGM, en una barriada muy humilde de la
ciudad. Se nos presenta una familia formada por una madre, pelirroja (este
hecho no es baladí, y a lo largo de la novela siempre es una signo recurrente
para señalar que se habla de este personaje) y su hijo, David, que hace las
veces de narrador de la historia (aunque también hay otros narradores), y el
feto – sí habéis leído bien, el feto – que lleva la madre en su vientre y que
también cumple una función narrativa muy importante, a la par que original.
Junto con estos dos/tres personajes, también aparecen otros secundarios como
son el padre de David que tuvo que huir de la policía por no ser afín al
régimen de Franco y que está siendo buscado por la policía; el Inspector Galván
que con la excusa de estar buscando al padre de David entabla relación con la
madre y la lleva regalos y la acompaña muchas tardes; y Paulino, un amigo de
costumbres un poco raras de David, que se dedica durante toda la novela a
buscar lagartijas para cortarlas el rabo para así hacer un mejunje que cure sus
almorranas. Todos y cada uno de estos personajes tienen bastante peso en la
novela, y siempre están presentes de una u otra manera. Sin embargo es David,
por concretar, el personaje principal de la historia, y alrededor de él gira
toda la novela.
Como digo la trama
de la novela gira en torno a estos personajes y en ella Marsé plasma de manera
magistral una época en la que los cambios, los silencios, el miedo y el pasar
desapercibido era lo que se llevaba. “Rabos
de lagartija” muestra la España de los años 40 desde el punto de vista
de una familia señalada en parte por los vencedores de la guerra al tener a uno
de sus miembros fugado, el padre. Esa España del estraperlo, del qué dirán, de
los murmullos de los vecinos, de los estigmas, de las cartillas de
racionamiento y del sobrevivir con lo que se pudiera. Dentro de este ambiente
semi marginal en el que vive la familia de David, el protagonista, vemos además
otro mundo totalmente diferente y paralelo. David es un niño especial, con una
sensibilidad diferente a la del resto de niños y con una personalidad tocada
por unos ataques de dolor en los oídos y en la cabeza que a veces le hacen
viajar a un mundo imaginario. Así muchas veces David habla con su hermano que
todavía no es más que un feto, o con su perro ya sea estando este vivo o
muerto, o con la maqueta de una oreja de un otorrinolaringólogo, o con la foto
de un aviador irlandés atrapado por los nazis durante la IIGM, o incluso con su
padre desaparecido. Esas fantasías, esas imaginaciones, nunca terminan de estar
del todo claras y el lector tampoco termina por saber muy bien si estamos ante
la realidad o la fantasía.
La estructura
narrativa de la novela es bastante compleja. Cuando comencé a leer “Rabos de lagartija” estuve a
punto de dejarla porque no me terminaba de meter en la historia y no comprendía
esos bandazos sin sentido y sin avisar que se dan en los puntos de vista de la
narración y en los narradores. Pero me dije que tenía que seguir. Fue una
sensación extraña ya que me gustaba y a la vez me parecía tan extraña que
parecía que la iba a aborrecer. Me terminé enganchando a la novela y al final
quería leer y leer sin parar hasta saber qué pasaba, cómo iba siendo la
relación de David con su amigos Paulino, las aventuras de este último y sus
problemas con su tío; o como terminaría la relación entre el inspector Galván y
la madre de David, siempre tan al borde del amor y el contacto físico, pero sin
atreverse nunca por parte de ninguno de los dos a atravesar esa frontera y
dejarse llevar por lo que el lector termina intuyendo que ambos sienten y
desean, pero que por unas razones él y otras ella (éstas debidas a su hijo
David que nunca ha visto con buenos ojos al policía) nunca van a más.
Pese a la
complejidad estructural de la novela también debo añadir que se lee de forma
muy sencilla y sin ningún problema. El estilo de Juan Marsé es directo sin
muchas imbricaciones ni demasiadas vueltas a un asunto o tema. Tampoco abundan
las descripciones de lugares o situaciones, solo se dice lo necesario para
contextualizar un diálogo o una acción, nunca más. El vocabulario por el
contrario es muy variado y rico, lleno de expresiones coloquiales y populares
que hacen de la lectura de “Rabos de
lagartija” sea una gozada a la hora de conocer cómo era el ambiente de
una barriada pobre en los años duros de la posguerra. Permanente es durante
toda la narración la nostalgia y la melancolía por la ausencia del padre, por
la dureza de una represión y un miedo a la policía que con simples brochazos y
pequeños ejemplos muestran la realidad de una época que ya casi está olvidada,
no sé si para bien o para mal.
Al final la novela
engancha y bastante, lo digo en serio; y si al principio me costaba leerla
básicamente por la estructura y los cambios de estilo narrativo (de directo a
indirecto), de personajes que hablan y cuentan sus experiencias y de lugares y
escenarios, al ir avanzando en su lectura fui cogiéndole el pulso a la novela y
puedo asegurar que “Rabos de lagartija”
una vez terminada de leer, es de esas novelas que dejan un buen poso en el
lector. Uno acaba con gusto la novela y casi desea que hubiera seguido durante
más páginas para haber podido así disfrutar de los personajes y ante todo de la
tremenda imaginación de Marsé. Imaginación y casi diría yo surrealismo, que en
ocasiones toca el verdadera lirismo en la evocación de algunas imágenes que se
usan para ambientar. Cuando estaba leyendo la novela parecía que estuviera
leyendo algo de otra época, mucho más antigua, por ejemplo la de la las
vanguardias, cuando se experimentaba en la escritura y se dejaba al libre
albedrío la imaginación de los escritores para que fuera ésta la que guiara la
escritura. Mención aparte debo hacer del final de la novela en el que se
desarrollan los acontecimiento de tal manera que el lector se quedará sin
aliento y muy tocado anímicamente.
Termino ya
diciendo que “Rabos de lagartija”
ha sido todo un descubrimiento, no por la propia novela en sí, que también es extraordinaria
y muy poco común para lo que se escribe hoy en día, sino también por el propio
escritor, Juan Marsé, cuya originalidad creo que es mayúscula y su imaginación
totalmente desbordante. Ésta es una novela fresca, llena de alegría y
melancolía, que a pesar de que puedan parecer sentimiento opuestos no lo son
para nada; pero también es una novela cargada de pesimismo, el pesimismo de una
época y una clase social que veía que poco o nada podía hacer para mejorar en
ese Régimen que había en España en los años 40 del siglo pasado. Recomiendo
encarecidamente la novela; además quien la lea, al final de la misma se llevará
una sorpresa dura que hará cambiar con perspectiva la imagen que se haya
formado de la novela y del conjunto de la historia.
Caronte.
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