A Paul Auster o se
le admira hasta la médula o se le aborrece después de leer el primero de sus
libros. Yo soy de los primeros, soy un fan incondicional de este magistral
escritor norteamericano de estilo tan peculiar. Pese a haberle declarado mi
total devoción también digo que cuando hay que ser crítico con él lo soy, y así
puedo decir que por ejemplo “El libro
de las ilusiones” que me leí hace un tiempo me decepcionó enormemente,
tanto que estuve a punto de no terminarlo, aunque no pude hacerlo y lo terminé
no sin desear fervientemente llegar al final y comenzar otro libro. Sin
embargo, después de aquella pequeña decepción he topado con otro de sus libros
y la pasión ha vuelto a resurgir como si nada hubiera pasado. Tanto es así que
me terminé este último libro suyo que me he leído en apenas dos días, y hubiera
sido uno si no me hubieran surgido un par de cosas que hacer (aviso de que
tampoco es que fuera demasiado extenso, no os vayáis a creer que estuve como un
yonki sin parar de chutarme literatura).
En el último libro
de Auster que he tenido el placer de leerme, “Viajes por el Scriptorium”, se nos presenta un único
personaje central en la historia, un misterioso Mr. Blank. En realidad este no
es el nombre verdadero del protagonista, pero es que no se sabe cuál es como
bien se indica al principio de la novela. De hecho no se sabe absolutamente
nada de este personaje: un hombre de unos cincuenta años largos, sino sesenta,
con algún tipo de enfermedad, mental o física, tampoco se sabe muy bien que
está confinado en una habitación sin más mobiliario que un escritorio, una
cama, una silla, un aparador y es probable que un armario, aunque de la certeza
de la existencia de este último mueble no hay pruebas verídicas, además de
contar la habitación con un cuarto de baño. En este escenario casi
claustrofóbico, mezcla de sala de manicomio, celda de prisión o habitación de
hospital es donde está Mr. Blank encerrado, o eso piensa él, aunque no lo ha
comprobado. Hay una ventana pero que no se puede abrir para mirar por ella.
También hay una puerta pero no sabemos si está cerrada con llave, si se entra
solo desde el exterior o si se puede salir a propia voluntad. Con esta
estrambótica descripción y puesta en escena comienza una historia inverosímil.
La trama de “Viajes por el Scriptorium” no es
ni más ni menos que lo que Mr. Blank hace durante un día, desde que se levanta
hasta que se vuelve a la cama a dormir. Visto así puede parecer nimio todo,
pero puedo asegurar que las apariencias en esta novela engañan y mucho. A lo
largo de esa jornada pasan por la habitación de Mr. Blank una serie de
personajes que trastocan momentáneamente su vida y que en cierto modo también
descolocan al lector que no sabe muy bien quiénes son esas personas, qué
quieres, qué van a hacer visitando a Mr. Blank ni qué relación presente o
pasada les une con nuestro querido protagonista. A través de estas personas
vislumbramos parte de la vida pasada de Mr. Blank pero sin mucha claridad, como
envuelta siempre en una niebla baja que impide ver con la suficiente luz quién
fue Mr. Blank. Pero aquí no acaba todo. Antes hemos dicho que en la habitación
hay un escritorio, pues bien, sobre dicho escritorio hay varios montones de
manuscritos, de papeles escritos a máquina. Mr. Blank lee algunos de esos
manuscritos y descubre que narran una historia.
Obviamente puede
parecer que nada tiene sentido en “Viajes
por el Scriptorium”, y de hecho es así, o al menos parece ser así. Nada
en el fondo es como parece ser, ya lo he dicho antes. Auster en esta novela,
aunque casi podría clasificarse como relato largo, narra una historia sobre la
propia narración, sobre la acción de crear de la nada, de inventar un presente,
un pasado y un futuro aunque no se sepa muy bien cuál será. A la vez que vemos
como Mr. Blank intenta recordar quién es, quien fue, y entender lo que viene
escrito en los manuscritos que hay en el escritorio de la habitación, también
asistimos a una serie de diálogos con las personas que van pasando por la
habitación. Sólo Auster, con su magnífico estilo y forma de narrar es capaz de
entrelazar todo esto, de crear del caos algo con sentido, y de hecho este libro
es un ejemplo de ello.
En un primer
momento, a medida que el lector se vaya metiendo en la historia éste no
entenderá nada. Nada le parecerá lógico. Nada tendrá sentido. Todo parecerá
surrealista, fuera de lo común, como si lo que se estuviera narrando en “Viajes por el Scriptorium” no
fuera más que un sueño sin pies ni cabeza como lo son todos. Sin embargo a
medida que avance la historia todo empezará a aclararse un poco; y digo un poco
porque lo bueno que tiene este libro, esta pequeña novela deliciosa, es
precisamente que nada se termina de aclarar y que todo parece quedar suspendido
en el aire. Nada más lejos de la realidad, lo que pasa es que el lector debe
trabajar para cerrar en su cabeza la historia. Ésta no es una novela para
lectores cómodos, sino para lectores aguerridos que quieran trabajar y darle al
coco mientras leen.
Nadie como Auster
es capaz de creer historias tan inverosímiles, surrealistas e irreales, y al
mismo tiempo de dotarlas de la más cruda veracidad. “Viajes por el Scriptorium” es como ese cuadro hecho por un
pintor vanguardista que en un primer momento no se entiende, incluso puede
parecer horroroso, pero que a medida que uno lo mira, lo lee en este caso, va apreciando
su calidad y termina prendado de él. También digo que quien no conozca a Paul
Auster y su estilo tan particular, tanto de escribir como de idear historias,
es mejor que no empiece a leerle con esta novela. No lo digo porque no sea de
las mejores, sino porque tiene tanta carga surrealista que si uno no ha leído
antes alguna de sus otras novelas, que se entienden algo mejor y cuya trama
está más clara de principio a fin, es posible que esta novela tire para atrás
cualquier intención de descubrir a este autor.
No voy a decir que
“Viajes por el Scriptorium” es
la mejor novela de Auster que me he leído porque estaría mintiendo; pero sí
diré que es de las que mejor sabor de boca me han dejado una vez la he
terminado de leer. No me esperaba para nada una historia así de rara, así de
surrealista. Más bien todo lo contrario. Es más cuando me compré este libro no
lo estaba buscando a él precisamente, sino a otro de los títulos de este autor,
es decir que casi me lo compré por casualidad. Pero bendita haya sido esta
casualidad. Como dije al principio me lo he leído en dos días. No podía dejar
de leer, no solo porque quería saber qué es lo que pasaba, cómo se desarrollaba
una trama que en principio no tenía ni pies ni cabeza y me resultaba muy
compleja de acabar y rematar decentemente, sino también porque por el estilo de
Auster se hacía muy sencilla y rápida de leer. Sólo me queda por decir que
tengo muchas ganas de volver a leer algo de este magnífico autor
norteamericano, quizá algo desconocido para el gran público pero de una
imaginación desbordante y con un estilo adictivo. No sé cuál será el próximo
libro suyo que lea, ni cuándo lo haré, pero sin duda seguiré leyendo a Auster
hasta que no me queden libro suyos pendientes.
Caronte.
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