Ya he vuelto a la
normalidad de mi casa, a la rutina diaria del verano sin hacer nada y lo que
creo que es peor, sin la posibilidad de hacer nada con nadie que me llene. Pero
tengo los libros. Después de mis días de vacaciones en los que no he podido leer
– tengo claro que el año que viene me cogeré unos días de relax absoluto en un
hotel en una playa no demasiado concurrida para olvidarme del mundo y poder
disfrutar de la literatura y nada más – he vuelto a coger ritmo de lectura y
hoy me toca hablar de otro libro de uno de esos autores que ya son clásicos en
este blog y en mi propia biblioteca. Gabriel García Márquez dejó para la
posteridad una serie de novelas y relatos cortos que marcaron un antes y un
después en la literatura universal creando un universo literario propio, además
de un estilo tan peculiar que, desde mi modesta opinión, nadie de momento ha
podido superar ni siquiera igualar. Además lo bueno de las novelas de García
Márquez es que la mayor parte de ellas, quitando un par de ellas, se leen casi
de una sentada.
De una sentada
casi me he leído yo “La Hojarasca”.
Esta novela fue la primera que publicó, allá por 1955 García Márquez, y por ser
la primera fue en un sentido la precursora de todo su mundo literario ficticio.
En esta novela que tiene ya sesenta años, edad digna para cualquier creación
literaria o cultural simplemente, aparece por primera vez Macondo, ese rincón
tan imaginario, irreal y fantástico, como real y concreto que ha fascinado
desde el primer momento a millones de personas en todo el mundo, que como yo un
día decidimos acercarnos hasta un libro de García Márquez y empezar a disfrutar
con sus historias. Aunque se la tacha de novela en el fondo si por extensión se
tratara más bien podríamos calificarla de novela corta, o relato o cuento
largo. En el formato de libro que he leído yo han sido menos de ciento cuarenta
páginas, lo que ha implicado que me lo he leído en apenas dos días. Como dije
antes, esto es una de las cosas buenas que tiene la obra de García Márquez, que
no puede nunca resultar pesada su lectura.
El argumento de “La Hojarasca” es bastante simple –
tampoco es que pudiera ser mucho más complejo y extenso – y lineal, y en él se
empiezan a vislumbrar algunos temas principales de la biblioteca de García
Márquez. La historia se desarrolla en Macondo a principios del siglo XX, aunque
en el libro se recorre casi un cuarto de siglo de la historia de este pueblo
caribeño inexistente en mapas cartográficos, pero bien reconocible en planos
literarios. Como ocurre en otras novelas suyas, García Márquez comienza en este
caso la narración con un hecho trágico: la muerte de un personaje misterioso,
un médico, a quien todo el pueblo de Macondo odio por una serie de
acontecimientos pasados. Esta muerte provoca que un hombre, ya mayor,
acompañado de su hija y su nieto se encarguen del funeral y el enterramiento de
este odiado médico. De hecho son estos tres personajes los encargados de narrar
la historia y de evocar los recuerdos del pasado de Macondo desde el momento en
que el médico llega al pueblo en extrañas circunstancias y es acogido en la
casa del viejo.
El tiempo y los
narradores se empezarán a mezclar en el libro y a medida que avance la historia
de “La Hojarasca” el lector
irá descubriendo acontecimientos importantes en las vidas de estos tres
personajes narradores y del mismísimo pueblo de Macondo. El muerto llegó un día
en el que también llegó al pueblo otro protagonista secundario que no tiene voz
en la historia pero que es nombrado en varias ocasiones, como es el párroco a
quien apodan El Cachorro. Ese médico se aloja desde el primer momento en casa
del viejo y su familia y allí vive durante unos años hasta que decide
marcharse, o casi es echado por el viejo, al dejar embarazada a la sirvienta de
la casa. Estos acontecimientos pasados son rememorados por el viejo y por su
hija, Isabel, que además durante el tiempo que duran los preparativos del funeral
del médico también evocará su boda con el padre de su hijo, y nieto del viejo,
y la desaparición de éste a los tres años de casarse. Por su parte el nieto
mientras asiste incrédulo a los preparativos del entierro también piensa en lo
que podría estar haciendo en lugar de estar velando a un muerto a quien apenas
conoce: ya sea jugar con sus amigos, ir a bañarse a una charca o espiar a una
mujer como se desviste.
De hecho, aunque
el hilo conductor principal de la trama de “La
Hojarasca” es el entierro del médico, entierro que el viejo se
comprometió a realizar ante el médico a pesar de que el puebla fuera a
impedirlo y lo odiara por ello, el lector pronto se da cuenta que no es más que
una excusa para hablar de Macondo y su historia desgraciada por los siglos de
los siglos. De hecho para mí es Macondo el protagonista principal de la novela,
porque es allí donde todo ocurre y gracias a los recuerdos del viejo, de su
hija y de su nieto, se puede reconstruir la vida y parte de la historia de este
pueblo perdido cuál Atlántida. Es magnífico poder llegar a meterse en la piel
de un habitante más de Macondo, pasear por sus calles empolvadas, o embarradas
dependiendo de la estación en la que nos encontremos; de echarnos la siesta en
una hamaca tendida a la sombra de un platanero, un almendro o cualquier otro
árbol para pasar las horas de sopor posteriores a la comida; oír los alcaravanes
cantar y volar en el cielo, ver a las gallinas arremolinarse en los corrales;
sentarse en la terraza del bar a pasar la tarde y comentar los últimos
acontecimientos de la compañía bananera; ver como se levanta la hojarasca y
recorre todo el pueblo anunciando quizá desgracias futuras imprevistas e
imprevisibles imposibles de evitar.
Es posible que
Macondo no exista en ningún país de la tierra; es posible que ninguno de sus
habitantes haya habitado nunca en ninguna casa encalada con un corral en la
parte posterior en el que crecen los rosales, los jazmines y los romeros que
por la noche vierten sus aromas sobre las habitaciones. Pero también es posible
que el Macondo que se nos presenta por primera vez en “La Hojarasca” sí haya existido. De lo que no tengo la más
mínima duda es de que Macondo sí existe en la imaginación de todos los que
hemos leídos a García Márquez y en algún momento hemos deseado con todas
nuestras fuerzas que Macondo existiera para algún día ir a visitarlo y recorrer
sus calles, oler sus olores, oír sus ruidos y sonidos y sentir su vida y alma
personal. Todo en Macondo es diferente a cómo sería en la realidad, en el mundo
normal y corriente, porque Macondo y el mundo de García Márquez no son normales
y corrientes. El tiempo es cíclico y está deformado, y esta deformación está
claramente presente en esta novela en la que parece que son horas las que duran
los preparativos del funeral y entierro del médico cuando en realidad sólo es
media hora.
“La Hojarasca” es el primer
ladrillo de la mansión literario de García Márquez; la primera piedra de la
catedral universal que conforma su estilo literario: el realismo mágico. Pero
al ser la primera novela de este mundo y estilo es también quizá la más floja y
dubitativa, y por ello todavía está lejos de la intensidad y profundidad, de la
prosa tan maravillosa de los grandes hitos narrativos de este escritor tan
universal. Por ello también es la novela que menos me ha llegado, a pesar de
que la historia que narra es increíble y muy digna de este universo literario.
Ésta es quizá una novela para leer después de haber leído otras grandes obras
de Márquez, para que quien no esté acostumbrado no salga decepcionado con este
peculiar estilo de narrar y contar. Ésta es una novela para lectores maduros de
García Márquez, pero como el resto fundamental en su obra, quizá más que el
resto por ser el germen de todo su mundo literario.
Caronte.
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