El libro del que
me toca hablar en esta ocasión es de esos de los que desde el minuto uno que
tengo conocimiento de él sé que tengo que leer bajo cualquier precio y
circunstancia. Libros así existen y generalmente son libros actuales, de
escritores contemporáneas y de muy diversas temáticas. Este libro del que hablo
salió hace casi un año ya. Fue galardonado con el Premio de Novela Café Gijón,
uno de los premios a los que más atento estoy ya que le doy bastante más
credibilidad y prestigio, sobre todo por nivel literario, que a otros premios
mucho más sonados y de largo mucho mejor dotados económicamente. Su autor es
Martín Casariego, nombre bastante sonoro y atractivo sobre todo para aquellos
que como yo vamos por las librerías de segunda mano buscando chollos
relativamente baratos para leer; como digo su autor no es ningún novato en esto
de escribir, de hecho ya tiene a sus espaldas bastantes libros, lo que pasa es
que como suele ocurrir a menudo al no estar en el catálogo de ninguna de las
grandes editoriales comerciales de este país, poca gente sabe de él. Una pena
pero es así.
“El juego sigue sin mí” que es
como se titula la novela que he terminado recientemente y cuyo título me parece
muy suculento y llamativo como para pasar desapercibido por nadie, es una
novela de las clasificadas como de aprendizaje, un género tan antiguo como la
propia literatura aunque no siempre se haya llamado así. Como toda novela de
aprendizaje, ésta narra la historia de un chaval de trece años que empieza a
recibir clases particulares de matemáticas de un joven de dieciocho. Pronto
esas clases dejan de ser clases de matemáticas propiamente dichas, y pasan a
convertirse en conversaciones entre dos personas jóvenes, que tienen su propia
visión del mundo: una algo más idealizada, otra algo más realista aunque con
los filtros habituales que la joven edad impone a los corazones y mentalidades
de toda persona.
Hay que decir que
la novela está narrada en primera persona por el propio protagonista de la historia,
el chaval de 13 años que en ningún momento desvela su nombre. Y está escrita
además desde un futuro en el que el chaval, ya con más de veinte años recuerda
una serie de episodios de su vida, marcados fundamentalmente por la influencia
de Raimundo, Rai a secas, que es el chaval que le va a dar clases particulares
de matemáticas, y que desde antes de eso, desde que lo viera por su instituto,
siempre le produjo una sensación magnética. Pero como digo “El juego sigue sin mí” es una
novela de aprendizaje en la que los miedos, inquietudes, y cambios bruscos en
la personalidad, marcados por la búsqueda constante de quiénes somos,
aparecerán siempre rodeados de situaciones que si somos sinceros todos los que
a día de hoy somos jóvenes, y yo ya tengo 24 años, hemos vivido de alguna u
otra manera.
Martín Casariego
aúna en “El juego sigue sin mí”
a dos personajes muy distintos. Uno es Rai, un adolescente muy independiente,
marcado también por un pasado que poco a poco se va desvelando durante la
novela y que al final, cuando el lector termina de atar cabos con la historia
que va contándole a su alumno particular, tiene mucho que ver con la propia
vida personal real del autor. Otro es el chaval de trece años que hace las
veces de narrador de la historia. Él es más joven, mucho más inexperto, pero
como todo chaval de trece o catorce años quiere ser mayor para entender el
mundo, para comérselo, para no tener que dar explicaciones y tener todas las
respuestas. Es en este punto, en estas ansias del joven de trece años por
crecer, madurar y descubrir su camino, cuando el lector de la novela ve el
profundo contraste con Rai, que siendo ya mayor, o al menos más mayor que el
protagonista de la novela. Ese contraste se basa en que nada ha cambiado entre
la vida que uno se imagina tener cuando sea mayor, y la vida que se tiene
cuando ya se es mayor.
Casariego consigue
plasmar en “El juego sigue sin mí”
la incertidumbre que se vive durante los años de mayores cambios en la
personalidad de una persona, en la adolescencia y primera juventud. Cambios que
son más físicos que de otro sentido, ya que por muchos miedos que se crea que
se van a resolver teniendo dieciocho años, o por muchos caminos que vayamos a
descubrir, uno se da cuenta poco a poco que toda la vida consiste en eso:
buscar constantemente nuestro camino, encontrar un sentido a la vida que no lo
tiene, enfrentarse y vencer constante y repetidamente una serie de miedos y
temores que nunca terminan de disiparse ya que cuando creemos que los hemos
superado surgen otros al menos igual de angustiosos que los anteriores. Y eso
se ve en la novela. Los jóvenes quieres ser mayores para saber, para tener
experiencia en muchas cosas, para vivir, y los mayores siempre tienen el lastre
de la juventud, ya sea por algo que se anhela de aquellos tiempos o por algo
que hubiera dejado marca indeleble.
Además “El juego sigue sin mí” está
escrito en un lenguaje tan actual y trata temas secundarios tan presentes a día
de hoy que el lector, al menos yo la tuve, tiene la sensación de estar leyendo
cualquier crónica actual de la vida de cualquiera de los jóvenes adolescentes
que se ven alrededor de las bocas de metro los viernes por la tarde en
cualquier barrio. Es sorprendente lo reflejadas que están las redes sociales y
las nuevas maneras de estar relacionados los jóvenes a través de internet. Casariego
ha sabido introducir en un género clásico de la literatura como es la novela de
aprendizaje nuevos matices que actualizan dicho género y lo hacen mucho más atractivo
a un público más actual y joven. De hecho tengo la impresión después de haber
leído el libro que bien podría ser un libro de lectura más o menos obligatoria
en los últimos cursos de la educación secundaria obligatoria, ya que
probablemente muchos adolescentes se verían reflejados en las inquietudes, los
miedos y la forma de ser de los protagonistas, ya fuera en las de Rai o en las del
narrador.
La única pega que
le he encontrado a “El juego sigue sin
mí” ha sido la aparente diferencia temática y de intensidad narrativa
que tiene el libro. Si la primera mitad de la novela me pareció algo lenta e
inconexa, sin un objetivo claro por parte del autor; la segunda por el
contrario me pareció muy bien hilada, narrada y culminada en una apoteosis
final en el que tanto el narrador/protagonista como Rai y los demás personajes
secundarios de la novela se dan de bruces con la más cruda realidad, con la
vida en toda su magnitud y radicalidad. No voy a negar que esta aparente
dislocación de la novela acaba bien, ya que como acabo de decir el final deja
sin habla y parcialmente en shock al lector; pero también tengo la sensación
que así como durante la primera parte de la novela, los primeros capítulos creo
que Casariego no estaba del todo centrado en la novela y divagaba sin rumbo de
un tema a otro y de unos personajes a otros; durante la segunda parte encuentra
el ritmo literario y la tensión narrativa necesaria para redondear una novela
que parecía empezar a perderse.
No tengo mucho más
que decir de “El juego sigue sin mí”,
ya he comentado todos los aspectos que me han resultado más relevantes de la novela.
Fue un impulso el que me llevó a leerla, y a pesar de que al principio tuve la
sensación de que iba a defraudarme, al final ese presentimiento se probó
totalmente infundado y acabé enganchado a la historia, no ya solo del joven
narrador y protagonista de la misma, ni la del Rai, sino la de un personaje,
Samuel, que a pesar que va apareciendo de vez en cuando de mano de Rai y que
por tanto se podría considerar secundario, al final cobra mucha importancia y
para mí es uno de los pilares de la historia en su conjunto. Invito
sinceramente a todo aquel que quiera leer algo diferente, original y actual a
que se anime con esta novela de Martín Casariego, ya que aparte de que es fácil
y rápida de leer propone, una historia muy corriente con la que de un modo u
otro mucha gente se puede identificar.
Caronte.
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