Este año lo he empezado
fuerte a nivel literario: me ha dado por los grandes clásicos de la literatura
universal. Si el primer libro que me he leído este 2016 fue uno de los más
célebres y conocidos de la literatura inglesa como “Orgullo y prejuicio” de la inmensa Jane Austen; este segundo
libro que leo este año me ha llevado a cruzar el charco para dar con una de las
novelas más épicas y grandiosas de cuantas ha dado el intelecto humano de mano
de Herman Melville. No hace falta ni tan siquiera que dé el nombre de la novela
que acabo de terminar. Con solo leer el nombre del autor no creo que haya ser
humano en este planeta que no sepa ya de qué libro se trata. A veces pasa que
un escritor por muy bueno que sea y por muchas novelas que escriba sólo pasa a
la posteridad por una de esas novelas. ¡Pero qué novela! Este norteamericano
escribió hace unos ciento sesenta años una novela que a día de hoy es
considerada como una de las cumbres literarias de la historia de la literatura.
Al igual que me
pasó con la novela de Austen cuando decidí leer “Moby Dick”, ya queda descubierta la sorpresa aunque no creo
que haya sido mucha la sorpresa ya que decir Melville es prácticamente decir el
título de este libro, sentí verdadero miedo, muchísimo respeto. Tenía mis dudas
y prejuicios con respecto a esta novela. El primero de todos estos prejuicios
tuvo que ver con su considerable tamaño y extensión (no hay que olvidar que son
más de seiscientas páginas de novela) que siempre me produjo cierto reparo a la
hora de comprar el libro y comenzarlo. Y no sé por qué. Supongo que al ver un
libro tan grande yo como lector pienso que es muy probable que en algún momento
de la novela la intensidad y el interés decaigan y termine por aburrirme como
una ostra. Otro de los miedos que me vino a la mente tenía relación con el
hecho de quedar decepcionado tras leer un
clásico de la literatura de este calibre y que esa decepción me afectara
para futuras otras lecturas similares.
Por suerte, tras
acabar, en menos de una semana que todo hay que decirlo, “Moby Dick” puedo decir con total orgullo que la novela, la
gran novela de Melville ha superado con creces todos esos prejuicios y miedos
que tuve antes de leerla. Y es que a pesar de que el empiece de la novela, como
suele ocurrir con libros tan antiguos, escritos en una época en la que la
escritura era puro arte y una frase, una simple frase, tardaba en
materializarse mucho tiempo y solo era plasmada en papel tras un largo periplo
por la imaginación de escritor, es algo arduo y pesado, poco a poco la novela
va ganándose al lector, y yo poco fui dejándome llevar por esta novela que me
cautivó ya desde los primeros capítulos y que me ha dejado totalmente anonadado
porque no me esperaba nada de lo que me he ido encontrando durante la aventura,
porque no se puede calificar de otra manera, que ha supuesto su lectura para
mí.
No voy a decir de
qué trata “Moby Dick”. No creo
que haya alguien a quien le guste leer y la literatura que no sepa la historia
épica del capitán Ahab y su barco el Pequod, junto con toda su tripulación, en
busca del monstruo blanco como la nieve de los océanos. Nadie habrá tampoco que
no sepa quién es Ismael, el aventurero narrador de esta épica historia. Un
Ismael que hace las veces de Melville, o un Melville que se transmuta en Ismael
para narrar una de las historias más desgarradoras de cuantas se han escrito.
No voy por tanto a decir nada más de la trama salvo que como todo el mundo sabe
la historia de esta novela no es más que la historia de una caza obsesiva por
parte del capitán Ahab para dar muerte a su gran enemigo terrenal, la ballena
Moby Dick, ese gran cachalote blanco, níveo y ebúrneo que surca los mares
causando miedo y terror en todos los balleneros.
Y no hablo más de
la trama de “Moby Dick” porque
para mí es secundaria. Esta novela no va, aunque pueda parecer chocante, según
mi punto de vista de la aventura de una serie de marineros a bordo de un
ballenero norteamericano capitaneados por Ahab que salen en busca de Moby Dick
para darle muerte y así vengar a Ahab y el hecho de que este se quedara
mutilado para siempre. No. Para mí esta novela es la historia del hombre, el
hombre entendido como raza animal. Las páginas de este libro a pesar de que
están llenas de aventuras y épica, de tormentos, miedos y persecuciones
acuciantes para conseguir los más preciados botines de caza en forma de
ballenas, no tratan ni de la caza de ballenas, ni de las ballenas, ni de la
vida en el mar, ni de la aventura de enrolarse en un barco para pasar varios
años sin pisar tierra. Esta novela es sin más la historia de las obsesiones
humanas; unas obsesiones monomaniacas contra las que el hombre debe luchar
durante toda su vida.
Obviamente si hay
un personaje en “Moby Dick”
que define a la perfección esta lucha y persecución de una obsesión destructiva
es el capitán Ahab. Es él quien decide ir tras la gran ballena blanca,
perseguirla incluso hasta el fin del mundo si fuera necesario, hasta el último
aliento del último marino que quedara vivo a bordo del Pequod. Es Ahab quien
encarna la obsesión más cruda que puede atacar al ser humano, que poco a poco
va apoderándose de él, copando todos sus sueños, miedos y temores, todos sus
pensamientos e ilusiones, hasta que solo es capaz de pensar en ella. Pero no
sólo Ahab es un hombre obsesionado, sí es quien representa el más alto grado de
obsesión, la obsesión que destruye el alma, la obsesión que si no se vence o se
aprende a convivir con ella, termina por matar. Todos los marineros de Pequod,
desde el más insignificante de los baldeadores de la cubierta, hasta el primer
oficial de la embarcación, pasando por el narrador Ismael y su más fiel e
inesperado amigo, Queequeg, arponero nativo de una tribu indígena americana,
tienen algo de obsesión por una u otra cosa.
Melville presenta
en “Moby Dick” una gran suerte
de personajes, todos con sus peculiaridades y características propias, todos
diferentes y a la vez iguales, todos obsesionados con algo. Pero además esta
novela es de tal calibre que no solo es el más fiel retrato de las obsesiones
humanas, de su persecución para vencerlas y de cómo un hombre puede llegar a
enloquecer única y exclusivamente por dichas obsesiones. Esta novela es mucho
más. Y esto no es una manera de hablar. Antes de leerla leí críticas de la
novela en varias páginas de libros y de literatura, y como suele ocurrir con
los clásicos que se leen fuera de su época que pueden ser descontextualizados,
algo parecido fui leyendo en dichas críticas. Había muchas de esas opiniones
encaminadas a criticar negativamente a la novela porque se centra mucho en
explicar cómo es un ballenero, cuáles son las actividades a bordo de un barco
de esas características, qué tipo de ballenas hay, qué es una ballena
propiamente dicha, etc. Es decir que había mucha gente que criticaba a la
novela simplemente porque no se centraba únicamente a la historia del Pequod,
Ahab y su tripulación en busca de Moby Dick.
No puedo negar
nada de lo que esas críticas negativas decían. Melville logra crear en “Moby Dick” una novela épica, no
sólo porque la persecución y caza de la ballena blanca sea ya casi un mito,
casi una leyenda marina, sino porque además ilustra de manera muy interesante
qué significaba en la época en la que se publicó la novela la caza de ballenas.
Ese es el problema que algunos de los lectores que se atrevieron con la novela
reflejan en sus críticas negativas: están descontextualizados. Es verdad que
hay algunos capítulos, en los que Melville se centra más en describir los
utensilios de la caza y las peculiaridades de un barco ballenero, en los que la
intensidad de la narración decae y el interés del lector se puede perder. Pero
en términos generales la novela es una historia épica, de esas que hay que leer
con atención, disfrutando de cada uno de los elementos y matices de la
historia. Y todo cuanto se dice en la novela se dice por alguna razón.
“Moby Dick” no es una novela para
pasar un rato divertido. El lector que se anime a leerla no reirá, aunque hay
momentos ciertamente hilarantes, ni llorará, aunque también hay ocasiones en
las que llorar es la única opción posible ante lo que se está leyendo. Este es
un libro en el que no hay una historia de amor; ni hay que descubrir a ningún
asesino; ni se siente miedo, aunque hay situaciones que bien podrían inspirar
una pesadilla de esas angustiosas; ni tampoco tensión o angustia. Esta novela
está hecha para los amantes de la lectura, y digo bien de la lectura y no de la
literatura. La historia de la persecución obsesiva de Moby Dick por parte del
Ahab es digna de tardes grises, frías y lluviosas del más crudo invierno. Es
una historia para simplemente disfrutar del acto de leer, el más puro y simple
acto que el ser humano puede hacer.
Cada vez que me
ponía a leer “Moby Dick” me
dejaba llevar, me subía a bordo del Pequod, y como un Ismael más me sumaba a
las tareas de la embarcación, sufría y sentía tensión durante cada jornada de
caza, colaboraba en el despiece de los animales. Me es muy complicado explicar
qué sentía realmente mientras leía este libro porque hay sensaciones que no se
pueden ni escribir ni describir, que solo se pueden vivir y experimentar en
carne propia. La lectura de este clásico universal ha sido una de esas
sensaciones. Nunca pensé antes de empezar a leer esta novela que fuera a
disfrutarla tanto, que fuera a reflexionar tanto y que fuera a sorprenderme
tano (incluso con la propia historia ya que pensaba que no acababa como al
final acaba). Ojalá no hubiera acabado de leer esta novela porque creo que hay
pocas como ella.
No puedo
recomendar este libro, porque “Moby
Dick” no es una simple novela de aventuras, o de épica. No puedo
recomendar esta novela porque no puedo hacerme cargo de que vaya a gustar. No
puedo recomendar esta novela porque sólo aquel que realmente quiera leerla la
disfrutará; sólo aquel a quien de verdad le guste leer y disfrute con el mero
hecho de leer encontrará en las páginas ya más que centenarias escritas a
mediados del siglo XIX por Herman Melville una historia que trasciende la
literatura y que se sumerge en el mundo más oscuro de la propia razón de ser
del hombre.
Caronte.
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