Aún, en lo que llevamos de año, no había leído nada de John Le Carré. Si hubiera acabado el año sin haber leído de quien para mí es el más grande escritor inglés vivo, hubiera corroborado la mierda de año que está siendo 2020. Por suerte no ha sido así, y algo, infinitesimal por su puesto, ha mejorado este año tan infame e histórico para todos. Todos los años desde que hace ya más de una década mi profesora de historia del instituto me lo recomendara he leído algo de Le Carré, leído o releído, porque ha sido uno de los pocos autores cuyos libros (obviamente no todos) he releído en más de una ocasión. Además, el escritor inglés me ha acompañado siempre en momentos raros, difíciles, de cambio, de soledad y de ausencias. Sus novelas me han acompañado en horas de metro, en tardes grises, en noches saudíes y en vuelos intercontinentales de retorno a casa. Es complicado que pueda expresar en palabras el tremendo honor y placer que es para mí leer a Le Carré y la profunda admiración que siento por él.
“Amigos absolutos” (traducción literal del título inglés de la novela) sigue el esquema básico clásico de las novelas de John Le Carré: Guerra Fría, dobles agentes, o triples, o traidores, nunca se sabe a ciencia cierta, y hombres cínicos que juegan con hombre idealistas un juego peligroso solamente para los segundos. Es una novela canónica de Le Carré y, sin embargo, no tiene nada que ver con otras novelas suyas ya que en esta la Guerra Fría no es más que un largo trasfondo para introducir la amistad absoluta que une, en vida y destino, a los protagonistas de esta trama de espionaje: Ted Mundy, un inglés nacido en Pakistán, huérfano de madre, de padre militar que añora el viejo Imperio, idealista, rebelde contra los suyos a los que parece que nunca perteneció; y Sasha, un alemán del este, de padre pastor luterano, madre ausente y por tanto totalmente desarraigado en un mundo que no comprende y ante el que está en permanente lucha idealista.
La novela tiene por así decir tres tiempos narrativos diferentes, tres estadios temporales distintos entre sí en los que Ted y Sasha afianzan su larga y fiel, aunque intermitente amistad. El presente de la novela es el año 2003, en plena Guerra de Irak, en un mundo en shock aún por los atentados del 11-S; sin embargo, “Amigos absolutos” lleva al lector desde el Pakistán pre independencia hasta la caía del Muro de Berlín, pasado por el Berlín ocupado por los americanos donde Ted y Sasha se conocen y forjan una amistad a base de acciones anarquistas contra el imperialismo que ha invadido Alemania.
Nadie que lea a Le Carré estará cómodo haciéndolo porque los cambios temporales y los dobles juegos de personajes perseguirán al lector página tras página. Pero esa es su grandeza y eso es lo que admiro en este grandísimo escritor. “Amigos absolutos” es un soberbio ejemplo de juego con el lector. Le Carré nos va guiando poco a poco por una historia de dos hombres ordinarios, que luchan por una causa y que se dejan llevar por la historia de la mano del misterio, del idealismo de un mundo mejor y más justo, sin abusones, sin vencedores ni vencidos: de un mundo que no puede existir porque es una quimera y mientras sea el hombre quien deba habitarlo nunca podrá ser una realidad.
Pocos autores hay en el panorama actual que sean capaces de diseccionar tan perfectamente las miserias humanas, las pulsiones internas de los hombres y mujeres que pisan este mundo. “Amigos absolutos” no es solamente una novela de espías que funciona como un perfecto reloj suizo: con perfecta sincronización; sino que también es una fantástica obra que profundiza en las miserias y debilidades del ser humano: vanidad, prepotencia, orgullo, mediocridad, idealismo, cinismo, traición, amistad… Le Carré es un gran conocedor de aquellas lacras que frenan la sociedad y muestras, sin tapujos, como el mundo está dirigido por mediocres orgullosos, cínicos egocéntricos, que harán todo lo posible por conseguir sus propósitos caiga quien deba caer. Pocas veces en las novelas de Le Carré hay hueco para la bondad, pero también hay buena gente en sus novelas, gente inocente, gente ingenua, gente quizá demasiado bondadosa como para dejarse engañar por miserables manipuladores.
Hay autores que a uno le llegan muy profundo y cada novela que de ellos se lee acrecienta dicho amor y admiración. “Amigos absolutos” es de esas novelas secundarias de Le Carré que sin embargo consiguen atrapar al lector y hacerle meterse tanto en la historia que al final uno siente como propios las traiciones y los desencantos del mundo. No hay que dejar de mencionar, además, que esta novela muestra también a un Le Carré muy combativo ideológicamente que lapida al comunismo soviético y al mismo tiempo el imperialismo brutal de los EE.UU. No obstante, el propio Le Carré siempre se ha considerado a sí mismo socialista y en varias conversaciones (esas magníficas y profundamente intensas conversaciones de los libros de Le Carré) se muestra su lado más ideológico al lector.
Quien me conoce sabe que no puedo hablar mal de David Cronwell, que es el nombre real de John Le Carré. Y es que es el autor que más admiro, más me gusta leer y más me hace disfrutar con sus novelas. “Amigos absolutos” es una buena novela, mucho mejor de lo que yo mismo me esperaba por eso de que no es de sus más conocidas ni celebradas. Un libro que engancha, que recorre la historia desde la trastienda del espionaje, que nos plantea un dilema moral y ético de clamorosa actualidad. Cuando la pluma de Le Carré deje de rasgar el papel se habrá acabado una etapa dorada de las letras inglesas (permitidme la hipérbole en este caso). Recomiendo y recomendaré siempre cualquiera de los libros de este genial escritor.
Caronte.
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