De nuevo me toca reseñar una novela leída en francés, idioma que he retomado después de muchos meses sin leer en él. Y reseño una de esas novelas cuyo eco suele quedarse resonando en la cabeza de los lectores durante un tiempo indeterminado y que nos hacen darnos cuenta del poder tan descomunal que puede tener la palabra escrita y de la fuerza que tienen los libros para perdurar en el recuerdo como si fueran vivencias experimentadas en la propia piel. Además, vuelvo a reincidir en una época concreta, reciente, misteriosa, desconocida y dolorosamente sangrante: Afganistán y los talibanes que han convertido aquel lejano país de resonancias míticas en una tumba abierta, en una fosa común donde el mundo está echando lo peor que el ser humano es capaz de generar. A esto sumo también el descubrir a un escritor nuevo, árabe (magrebí, mejor dicho), argelino, que asombrosamente, dado el origen que tiene, firma sus novelas con nombre de mujer: Yasmina Khadra.
“Las golondrinas de Kabul” (título traducido exactamente desde el francés “Les Hirondelles de Kaboul”, no era difícil esta vez hacer una buena traducción) es una novela muy dura, diría que extremadamente dura y dolorosa, sobre el Kabul de los talibanes y la sinrazón que general la intolerancia, en este caso religiosa, en la población, cuando la violencia y la fuerza de las armas se imponen a cualquier otro designio.
A través de cuatro personajes principales y un par de ellos secundarios, “Las golondrinas de Kabul” esboza una ciudad, una sociedad, un país, sin futuro, sin presente y con un pasado enterrado en el olvido a base de odio, intolerancia, guerras, pobreza y muerte. Yasmina Khadra no da lugar a la compasión ni a la esperanza en su narración, y muestra sin tapujos una sociedad sin ilusión, sin posibilidad de resurgir a corto plazo: una sociedad fracasada a base de injerencias extranjeras y dejación de funciones de la comunidad internacional.
Son dos parejas las protagonistas, representadas principalmente por los hombres de cada una de ellas. Hay que recordar que en la sociedad afgana las mujeres no pintan nada, no son nadie, menos que objetos o animales, seres a los que se les permite vivir y que mejor que estén calladas y sumisas. “Las golondrinas de Kabul” retrata con desesperanza y desasosiego a dos tipos diferentes de hombres y mujeres: por un lado, el matrimonio de intelectuales burgueses que han visto como todo su mundo ha desaparecido y por otro el matrimonio de un hombre guardián de una prisión que odia a su mujer y la trata mal, con desprecio y resignación, tal y como sus “amigos” y “camaradas” radicalizados le dicen que tiene que proceder, pero que es incapaz de repudiar a su mujer para coger a otra.
Desde la primera escena de “Las golondrinas de Kabul” el lector sabe que va a presenciar y a leer en las páginas de esta novela unas historias que se entrelazarán al final, pero que huelen desde el principio a tragedia y drama, donde no hay posibilidad de felicidad, ni de un final con ilusión. Las pocas veces que Yasmina Khadra deja que el lector se ilusione es para a continuación hundirle aún más profundamente en el horror de una ciudad muerta en vida, donde sus habitantes deben malvivir, sobrevivir y arrastrarse con la cabeza agachada y humillada ante los talibanes armados y radicales que impedirán si quiera un esbozo de risa, indecorosidad o frivolidad.
La Guerra de Afganistán es uno de esos conflictos perennes en el tablero de juego internacional; eses pozo sin fondo donde la barbarie, la depravación, el fracaso de la sociedad occidental y la lucha de intereses han hecho morir a una sociedad que era inocente y que ahora debe enfrentarse a sus propios miedos y fantasmas. “Las golondrinas de Kabul” es buen ejemplo de ello ya que a lo largo de sus páginas vemos como lo que parecía perfecto no lo es, quien parecía ejemplar y tolerante deja de serlo y se convierte en un monstruo más llevado por la sinrazón y la ceguera del odio. Nadie en la novela es quien parece ser, nada parece que va a desarrollarse como se espera que ocurra.
Como he dicho ya, “Las golondrinas de Kabul” es una novela que deja un poso muy amargo en el lector y que hace que resuene en nuestras cabezas durante aún algunos días una vez se ha pasado la última de sus páginas. Pero no es para menos: si la primera escena golpea en el hígado un gancho directo que nos destroza y nos predispone para el horror, la última no se queda atrás y destroza la poca esperanza o ilusión que este libro pueda inspirar. Solo los pequeños sueños de uno de los protagonistas de esta historia parecen querer infundir algo de bienestar; solo quizá las menciones a los amaneceres inocentes de Kabul, a sus golondrinas, dan belleza a una historia que destroza cualquier corazón sensible.
Para terminar, creo que es conveniente avisar de que “Las golondrinas de Kabul” no es una novela para todos los públicos. Su dureza va más allá del simple efectismo de algunas novelas lacrimógenas: aquí también se plantean reflexiones interesantes al lector que nos hacen pensar. Si se está dispuesto a experimentar un desasosiego constante y no entrever casi luz al final de un túnel de horrores, sangre, muerte y odio, esta novela se puede disfrutar sabiendo que por desgracia la ficción que narra es la realidad oculta de un país que todos sabemos nombrar, pero al que nadie soñaríamos con ir.
Caronte.
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