lunes, 23 de noviembre de 2020

Los bosnios

En el día de las librerías, celebrado hace unos días, me acerqué a la librería de toda la vida de mi barrio. Fui con la idea de comprar tres libros: uno de ellos lo llevaba muy bien pensado, otro quería que fuera de una escritora en concreto, pero dejándome asesorar por los libreros, y el tercero quería que fuera recomendación pura y dura. No fueron tres los libros que compré sino cuatro, siendo el cuarto de ellos también recomendación 100% de los libreros que me escucharon decir de pasada que me interesaba mucho todo el tema de Europa del Este y de la guerra de Yugoslavia y los Balcanes y me encasquetaron la novela de la que hoy hablo. Y que buena recomendación ha terminado siendo. Para esto están las librerías de toda la vida, nuestros libreros de siempre, los que saben dan en el blanco con ese libro que nos llegue a la médula y nos abra en canal el cerebro activándolo como ninguna droga puede lograr.

Cada una de las escasas ciento veinte páginas de “Los bosnios” es una puñalada en el corazón, un disparo en la nuca, una laceración profunda en el abdomen, y corte certero en la yugular del lector. Velibor Čolić, autor de esta obra cruda y desalmada, realista y puramente sobrecogedora, sufrió en primera persona el desastre y el horro que fue la Guerra de Bosnia, o de los Balcanes, o de la Antigua Yugoslavia, la guerra, a fin de cuentas. Y no se anda con pequeñeces a la hora de narrar lo que vio o le contaron de aquellos años.

Los bosnios” se divide en 4 partes: las dos primeras se componen de retazos minúsculos, casi apuntes, de la vida de diferentes personas, ninguna anónima, todos con sus nombres y apellidos, con sus apodos incluso; otra de las partes se corresponde a las ciudades y cómo sufrieron la guerra; y la última corresponde a la propia experiencia del autor a la hora de huir de un probable horror más de la guerra para terminar viviendo en Francia y escribir sobre lo que vivió en francés, quizá asqueado de una tierra que le convirtió en extranjero de la noche a la mañana.

El conflicto de los Balcanes de los años 90 siempre me ha generado y despertado mucho interés, quizá porque soy nacido en esa época y es también la última gran guerra que ha vivido el continente europeo con implicación directa cuyos ecos aún no se han terminado de apagar. “Los bosnios” es la perfecta representación del horror que las guerras que se desarrollaron aquellos años causaron en pueblos que hasta entonces habían convivido históricamente en paz, o relativamente en paz.

La difuminación de razas, países, estados, naciones y creencias en los Balcanes queda unificada bajo el terror, la crueldad, el odio, la rabia y la muerte que genera siempre una guerra azuzada por militares y políticos que no sufrirán ninguna consecuencia (aunque en este caso los responsables de las matanzas producidas en aquella época sí que dieron con sus huesos en los banquillos de los tribunales internacionales de justicia). “Los bosnios” condensa todo eso soltándoselo a la cara del lector sin filtro y sin tamizar, buscando su shock emocional y paralizando su lectura.

Al estar narrada en pequeños retazos, breves, sin florituras y sin grandilocuencias narrativas, “Los bosnios” se convierte en una novela soberbia, fría, seca, directa, concisa. A veces una fotografía es capaz de mostrar más emociones y más sensaciones que todo un documental de varios capítulos. El horror que aparece en las páginas de este libro viene casi en forma de fotografías, o como se dice en la contraportada de esquelas mortuorias: breves y definitivas.

Aviso de ante mano que “Los bosnios” no es una novela fácil de asimilar. Su lectura sencilla y rápida se ve constantemente interrumpida por los puñetazos directos a los riñones, que doblan al lector y las patadas que dejan sin respiración y nos hacen parar para asimilar, si es que se puede asimilar lo que esta novela narra, lo que acabamos de leer. Quien no se sienta conmovido por las páginas de este libro es que no tiene sangre en sus venas, ni un ápice de misericordia en su corazón. Pocos libros han conseguido que interrumpa tanto la lectura a mitad de página, o de frase, o de párrafo para leer dos veces lo que acababa de pasar por delante de mis ojos clavándose en mi cerebro. Este libro ha conseguido lo que la literatura debería conseguir siempre: emocionar, conmover y cambiar al lector.

Caronte.

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