Llevaba mucho
tiempo sin leer absolutamente nada de Ernest Hemingway, mucho más tiempo del
que me hubiera gustado, pero como siempre digo los libros se leen cuando te
llaman. Creo además que en el blog no he hablado hasta la fecha de ningún libro
de Hemingway, cosa que si es cierta (algo que no sé a ciencia cierta si es del
todo verdad porque no me acuerdo de todos los artículos que he escrito) es un
gran pecado por mi parte. Pero esta cuestión quedará hoy ya cerrada y este blog
ganará algo en calidad, no por lo que escribo o critico, sino por los autores
en él mencionados y citados. No creo que a nadie se le escape y no le diga nada
el nombre de Hemingway, quizá uno de los escritores más famosos del siglo XX en
el mundo y de los más afamados también. Premio Pulitzer en 1953 y Nobel de
Literatura un año después, Hemingway es considerado por muchos expertos,
críticos y público en general como uno de los más grandes escritores
contemporáneos; además de un amante de España, su comida, sus tradiciones,
probablemente sus mujeres y su cultura en general, y en particular del mundo
del toreo.
Como primer libro
de Hemingway que voy a criticar y comentar en el blog he elegido, aunque eso de
elegir está de más teniendo en cuenta que los libros no los elijo yo sino más
bien una fuerza telúrica que me lleva a cogerlos de una estantería en una
librería y a no soltarlos, una edición de sus cuentos o relatos cortos, cuyo
título traducido al español sería “Los
cuarenta y nueve primeros cuentos”, pero que la editorial deBolsillo ha
decidido llamar “Cuentos” a
secas. Y para volver a leer a Hemingway he elegido sus cuentos. En realidad no
ha habido una razón de peso para ello, es más muy probablemente el que me
comprara este libro fue más un impulso que una búsqueda, ya que lo hice en León
con unos amigos de testigos y después de haber tenido en mis manos otras obras
a las que también tenía muchas ganas. Pero fue este ejemplar el que compré,
también llevado por esa voluntad que tengo ahora de iniciarme también en el
relato corto de los más grandes narradores contemporáneos. Un mundo, el del
relato corto o cuento, que todavía tengo que explotar y explorar bastante.
Vayamos ya al
grano. “Los cuarenta y nueve primeros
cuentos” son como su propio nombre indica 49 relatos cortos, de
extensión muy variable ya que hay algunos de apenas dos hojas y otros de casi
cuarenta. Eso sí todos los relatos tienen una cosa en común: el magnífico arte
narrativo de su autor. A diferencia de muchos escritores que hacen de su prosa
un estilo muy elaborado, con muchos vericuetos, descripciones y vueltas,
empleando frases muy largas y complejamente construidas, Hemingway es todo lo
contrario. Su formación como periodista hace que sus novelas sean directas, y
en ellas predominan las oraciones cortas y sobre todo los diálogos, muchas
veces escuetos y simples, cotidianos como si de una conversación de ascensor se
tratasen, pero siempre llenos de sentido. No abundan las descripciones ni de
lugares ni de escenas ni de sentimientos, solo cuando son realmente
imprescindibles Hemingway recurre a ellas para ambientar un poco una acción o
para hacer comprender al lector cómo se puede sentir un personaje.
Todos los relatos
de “Los cuarenta y nueve primeros
cuentos” tratan temas típicos de la literatura de Hemingway: la guerra,
la soledad, las mujeres, el alcohol, África, la caza, la pesca, las carreras de
caballos, las apuestas, el béisbol, las relaciones padre-hijo, la amistad y
también, cómo no, el toreo. A pesar de que los relatos de este libro no tienen
nada que ver los unos con los otros, quiero decir que no hay continuidad entre
ellos por trama o temas, sí hay una peculiaridad ya que en esta recopilación de
los cuentos de Hemingway se incluyen aquellos que tienen por protagonista a
Nicholas “Nick” Adams, que viene a ser algo así como su álter ego literario, al
que el propio Hemingway creó con muchos elementos autobiográficos, aunque en
ningún momento se pueda establecer una relación directa concreta entre las
aventuras de Nick Adams y las de Ernest Hemingway.
Podría señalar
muchos relatos que son realmente buenos en “Los
cuarenta y nueve primeros cuentos” pero debería nombrar muchos y
probablemente también alguno se me pasaría y lo dejaría sin nombrar aunque lo
mereciera. Sí voy a destacar alguno quizá por temática. Abren el libro tres
relatos que, quizá por ser los primeros, me han impresionado mucho por
diferentes razones. El primero de éstos relatos, “La breve vida feliz de Francis Macomber”, trata sobre un
matrimonio que se va de safari de caza a África y allí se muestran sus
miserias, las de él y las de ella, que termina enamorada del guía del safari y
con su marido muerto; el segundo, “La
capital del mundo”, versa sobre el mundo del toreo y la pasión que
siente un joven camarero por él, pasión que acaba costándole caro por una
tontería. Este segundo relato se desarrolla en Madrid, en una pensión de las
que tanto abundaban en la capital de España durante el Franquismo. El tercer
relato, es quizá uno de mis preferidos por desarrollarse en uno de los parajes
más espectaculares, místicos, míticos y bucólicos de la Tierra como es el Monte
Kilimanjaro, y lleva por nombre “Las
nieves del Kilimanjaro”. En este relato, considerado por mucha gente
como uno de los mejores de Hemingway se narran los últimos momentos de vida de
un amante de África que decidió subir hasta el monte para ver todo el
continente desde las alturas. Y digo que estos tres relatos me impresionaron por
la pasión que desprenden sus personajes, unos por la caza, otros por el toreo y
otros por África, y por su puesto por la maestría narrativa de Hemingway que
transmite esta pasión con una sencillez que asusta.
Pero estos son
solo tres de los 49 relatos de “Los
cuarenta y nueve primeros cuentos”. Hay muchos más y muy variados y prácticamente
todos narrados con la misma sencillez, simpleza y pasión. Otro relato que me
llamó mucho la atención fue “Cincuenta
de los grandes”, que versa sobre el boxeo, otro de los temas que más
apasionaba a Hemingway y está protagonizado por un boxeador prácticamente acabado
que decide hacer un último combate apostando mucho dinero contra sí mismo.
También quiero decir que muchos de los relatos de este libro tienen aire melancólico,
triste, depresivo, y muchas veces acarrean desgracias personales y familiares
que hacen que el relato termine de manera penosa y lamentable. Pero también hay
otros en los que la ironía y el sentido del humor pueden sobre otras cuestiones
y Hemingway consigue presentar temas graves y serios desde una perspectiva
amable y tranquila haciendo pensar al lector pero al mismo tiempo entreteniéndole
de verdad. Por supuesto también debo decir que el alcohol está presente en
muchos de los relatos del libro, no solo como mero elemento ambientador de
escenas cotidianas, sino como verdadera elemento narrativo representativo de la
trama. Antes de que se me olvide también querría destacar otro relato, “Los asesinos”, un magnífico
ejemplo de lo que es un relato corto y de todo lo que puede dar de sí en cuanto
a intensidad.
Poco más puedo
decir de “Los cuarenta y nueve
primeros cuentos”. Sí me gustaría que este artículo sirviera para que
algún lector que esté buscando nuevos horizontes literarios se anime, no ya con
los relatos breves, que siempre son más amables de leer que una novela de
cientos de páginas, sino con el propio Ernest Hemingway, que quizá sea una de
las grandes figuras literarios de los últimos tiempos, que amaba España (por si
esto anima a alguien más), pero que sobre todo amaba la vida y vivir (aunque paradójicamente
terminó pegándose un tiro en el jardín de su casa). Esta pasión por la vida y
por vivir se plasma en todos y cada uno de sus libros, pero es en sus relatos
donde podemos disfrutar del Hemingway más variado y versátil y de sus temas y
preocupaciones vitales principales. Éste es un libro sencillo de leer, aparte de
cómodo, y que si no gusta no hay más que terminar con el relato que se haya
empezado, cerrar el libro y dejarlo en la estantería de la biblioteca, pública
o privada. Pero estoy seguro de que quien se anime a empezar a leer los relatos
de Hemingway los terminará y quedará encantado.
Caronte.
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